martes, 4 de febrero de 2020

MODUS OPERANDI


Artículo de Isabel Campos publicado en Infolía del 27 de enero


El sentido de la propiedad cuando nos referimos a cosas materiales, objetos, puede ser interpretado de diferentes formas con las que se puede o no estar de acuerdo, pero todas respetables. La cosa cambia cuando nos referirnos a las personas, sujetos, como si fuésemos sus propietarios y actuamos en consecuencia: “MIA o de nadie” “Es MI hijo y si le doy una paliza a nadie le importa”, estas expresiones que pueden sonar mal hoy día, estaban instaladas en nuestra sociedad no hace tanto.

Desde que la ministra de educación dijo, en una rueda de prensa, que “No podemos pensar que los hijos pertenecen a los padres” (refiriéndose a la nueva ocurrencia con que la extrema derecha chantajea en nuestra región a sus aliados para aprobar los presupuestos) Se abrió la caja de los truenos y la maquinaria conservadora se puso manos a la obra, desplegando toda su esencia ideológica, utilizando para ello la visceralidad y la demagogia: que si mis hijos son míos, que si ningún comunista o socialista me va a decir como educar a mis hijos, que yo se mejor que nadie lo que mi hijo necesita y una serie interminable de pensamientos atávicos e irracionales. Recurrir a la visceralidad es algo recurrente para quienes los razonamientos, el debate y las leyes, están de más.

El ansia por volver a pasadas cavernas, por parte de unos, y el ansia por no seguir perdiendo parcela de poder, por parte de otros, hace que esa, tan mencionada, línea roja que algunos habían marcado, se difumine cada vez más en nuestra región y acabe, el triángulo de la derecha, ocupando el mismo lugar en el tablero de juego.

Creo que la cuestión del bloqueo al transcurso normal y democrático de los centros de enseñanza pública tiene su enjundia, más allá de lo que es evidente sin necesidad de explicaciones extensas, que la educación es un derecho de los niños, no de los padres.

Hay una segunda parte en este conflicto que tiene que ver también con lo económico, aunque se disfrace con otro discurso, se trata de quienes consideran la educación como un negocio. Los que defienden la enseñanza privada y la privada-concertada, necesitan que este negocio sea cada vez más rentable aumentando, como en cualquier empresa, la cantidad de clientes/niños. Para conseguir clientela la estrategia utilizada es hacer ver que los centros públicos son un peligro, que quien lleve a sus hijos a ellos los está exponiendo a mil y un riesgos de los que tiene que protegerlos mediante ese recurso que se han sacado de la manga y que no pienso nombrar. Sembrar el miedo en cualquiera de sus versiones es una táctica que suelen utilizar con demasiada frecuencia.

Esta maniobra es un ataque frontal a la educación pública mostrándola como un nido de desaprensivos y perversos que adoctrinarán a los niños, para ello no dudan en difamar con bulos, poniendo en tela de juicio el buen hacer de los maestros que ejercen su profesión con rigor.

Los herederos ideológicos de quienes adoctrinaron a generaciones de españoles durante la posguerra son los mismos que hoy siguen defendiendo la educación segregada por sexos o la enseñanza religiosa en los centros escolares. Es normal que estos señores no conciban la educación en libertad e igualdad, pilar fundamental de la Constitución y de una sociedad justa y libre.

Terminaré diciendo que me gustaría que se dejase de hablar de ellos y sus tejemanejes, no hay mayor desprecio que no hacer aprecio. Que las instituciones actúen de acuerdo con las leyes y que todos los demás dejemos de darles el protagonismo que tanto buscan y que tanto necesitan.

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