Damián Rubio Coordinador Local IU Alhama
El pasado miércoles 23 de este mes se cumplieron 30 años del fatídico intento de golpe de estado a nuestra joven democracia, la cual contaba con apenas 2 años desde que se aprobó nuestra Constitución. Este día ha pasado a ser conocido como el 23F. Aquel día de 1981, cuando en el Congreso de los Diputados se procedía a la votación para la investidura como presidente del gobierno de Leopoldo Calvo-Sotelo, tras la dimisión de Adolfo Suarez, un grupo de guardias civiles al mando del teniente coronel Tejero irrumpían en el hemiciclo tomando como rehenes a todos los diputados y al Gobierno de la Nación. Sobre estos acontecimientos se han vertido ríos de tinta, y siguen quedando sobre los mismos, muchos aspectos que no conocemos y que difícilmente llegaremos a conocer, al menos durante unos cuantos años más.
Yo no voy a entrar en los aspectos históricos de este suceso, sino que voy a dar mi visión particular y mis vivencias de aquellos días. En esas fechas tenía 41 años y residía con mi familia en un pueblo de Barcelona, donde tuve que emigrar con 20 años en busca de mejores oportunidades de las que me ofrecía mi tierra natal. Militaba en el sindicato CC.OO. del que era delegado en la empresa en la que trabajaba, dándose la circunstancia, que estaba en baja laboral tras someterme a una operación que me mantenía imposibilitado en mi domicilio, con una aparatosa escayola.
Recuerdo perfectamente que estaba viendo la Televisión –la única que había- y sobre las 6 de la tarde pude presenciar en vivo y en directo la subida al estrado, pistola en mano, de Tejero gritando “quieto todo el mundo”. Por mi parte, le obedecí de inmediato ya que me era imposible moverme de donde me encontraba. Me quede helado cuando se produjo el forcejeo con el General Gutiérrez Mellado, Ministro de defensa, y a continuación los asaltantes efectuaron varios disparos que todavía resuenan en mis oídos. Sin dar crédito a lo que estaba viendo, continué ante el televisor hasta que se interrumpió la emisión de imágenes. Posteriormente se dio paso a la carta de ajuste acompañada de marchas militares. El tiempo se me hizo eterno hasta que se reanudaron las imágenes, en este caso del exterior del Congreso. Horas más tarde se emitían los primeros informativos, con imágenes de los carros de combate circulando por las calles de Valencia. Esto me preocupo aún más ya que las informaciones que se emitían eran bastante confusas y poco fiables, dadas las circunstancias. Esa noche fue una de las más largas que recuerdo. Que se le conozca como “la noche de los transistores” define perfectamente la situación. Yo, como la mayoría de españoles, la viví pegada al transistor, que ofrecía mayor información que la tele.
Viene a mi memoria como, días antes del Golpe, las casualidades de la vida me llevaron a Madrid, y en varias ocasiones desayuné en la cafetería Galaxia donde se fraguó el primer germen del 23F. Este local era el más próximo al despacho donde tenían lugar las reuniones que los delegados manteníamos con la empresa, en la que trabajaba, para negociar nuestras condiciones laborales.
En la actualidad estamos acostumbrados a vivir cualquier acontecimiento relevante en vivo y en directo: La caída del Muro de Berlín, el Bombardeo de Bagdad, y más recientemente, las revueltas populares en diversos países del mundo árabe. Pero sin duda, para los españoles, que ya tenemos una edad, el 23F fue el momento histórico que vivimos con mayor intensidad. Creo que los medios de comunicación jugaron un papel trascendental y demostraron cual es el poder de la información, ya que no se estuvo “quieto todo el mundo”.