Hace tan sólo unos días nuestro
mundo seguía su curso, nosotros estábamos inmersos en él, sin pararnos mucho a
pensar.
Habíamos conseguido ir
adaptándonos a la mil y una exigencias que se nos demandaban, teniendo cada vez
más prisa, cada vez menos tiempo. Conformándonos con poder comprar, comer,
consumir en cualquiera de sus variantes. El monstruoso engranaje había logrado
que formásemos parte de el y eso nos daba seguridad.
De un día para otro, el
aparentemente confortable refugio, se ha tambaleado desde los cimientos,
dejándonos a la intemperie. El desconcierto, la incertidumbre, ser consciente
de la fragilidad de la vida, han pasado a ser los ejes de nuestro pensamiento.
Que esto haya sido provocado por
un enemigo invisible, impalpable, hace que sea todavía más difícil de entender
y asumir. No entendemos muy bien de que tenemos que defendernos ni cómo. Quizás
por eso la alarma ha tardado en calar, ¿cómo no salir a tomar unas cañas con el
buen día que hace? ¿Por qué no puedo estar en el parque con los niños?.
Nos cuesta trabajo saber qué
hacer cuando nos vemos obligados a parar, no me refiero solamente a dejar de trabajar,
sino al hecho de tener que quedarse en casa. Parar, de golpe, genera angustia e
intentamos saltarnos las normas para sentir que aún somos dueños de nuestra
vida.
Ha tenido que ser el Estado,
haciendo que la ley se cumpla por la fuerza, el que nos confronte con la
gravedad del asunto.
Por otro lado, el miedo, un
sentimiento tan humano como primitivo, ha hecho que vayamos contra esos otros
que se encuentran en zonas más afectadas que la nuestra. Vuelve a salir el
sentimiento de creernos mejores o con más derechos que quienes, también
temerosos, quieren huir del peligro.
Resulta chocante ver, en lo que
aún queda de cotidiano, como aparecen dos mundos diferentes mezclados; un
sistema económico neoliberal colapsado, con cierres de comercios, de fábricas,
de servicios, de países, y ese mismo sistema apareciendo cada vez que se
enciende una pantalla, con ofertas para comprar coches, un dos por uno en
comidas para llevar, jarabes para la tos, consolas de videojuegos, alarmas anti-robo
o yogures contra el colesterol.
Nuestro mundo conocido está
conmocionado y todos vamos como pollo sin cabeza, aislados, parados. Contenidos,
a nuestro pesar.
De todas las crisis se sale,
saldremos también de esta, estoy segura, sólo que la vida no volverá a ser
igual, este corte tan drástico, esta marca, quedará en cada uno de nosotros. Y
tendremos que reinventarnos para ver qué hacemos con lo nuestro.
Hay gente que ve como algo
innecesario ese movimiento ciudadano que aplaude, cada noche, a los
trabajadores sanitarios. Dicen que lo que hay que hacer, en vez de aplaudir, es
votar a quien protege la Sanidad Pública. Yo creo que ambas cosas son
necesarias, la defensa de una Sanidad Pública se tiene que erigir como la mayor
de las exigencias (esta pandemia nos lo ha dejado claro), pero también necesitamos
de estos aplausos y canciones, para mitigar nuestra angustia y para revestir de
una cierta épica la descarnada situación que nos está tocando vivir.
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