lunes, 12 de julio de 2010

Ocio y descanso


Con la llegada del verano y los rigores del clima, a todos nos apetece ocupar nuestro tiempo libre en la calle, sobre todo por la noche, buscando un cierto alivio con la ligera bajada de las temperaturas. Desgraciadamente, la proliferación del tráfico rodado ha obligado a los alhameños a abandonar la sana costumbre de “tomar el fresco” con sus vecinos. Recuerdo con añoranza esas tertulias en las que los mayores nos reuníamos en torno a una mesa, mientras los niños correteaban y jugueteaban libremente en la calle. El inicio de las reuniones lo marcaba el rociado de la puerta y la aparición de las primeras sillas, que servían de efecto llamada. El toque de retirada lo daba el primer vecino que cogía su silla y daba las buenas noches; no hacían falta ni normas ni ordenanzas municipales para que los vecinos nos respetásemos unos a otros. Con los nuevos tiempos, esta bonita tradición, tan arraigada entre nosotros, se ha transformado en otra parecida pero muy distinta. Los alhameños ahora nos reunimos con nuestros amigos o familiares en las terrazas de los bares, o en las casas de campo de aquellos que la poseen. El hombre es un ser social y necesita reunirse con sus semejantes en todo tipo de circunstancias. Esta época es mucho más propicia que la invernal para convivir con nuestros conciudadanos. Cuando montamos una fiesta en el campo las posibilidades de molestar a algún vecino son mínimas. Sin embargo, cuando todos confluimos en una misma zona de terrazas podemos alterar seriamente el descanso de los habitan en ese barrio. A partir de ciertas horas, una simple charla elevada de tono resulta molesta al vecino que duerme con la ventana abierta y tiene que madrugar para iniciar su jornada laboral. Conjugar el descanso con el ocio puede resultar difícil si no establecemos unos límites, ya que las sillas son propiedad del dueño de la terraza y algunos seríamos capaces de despedirnos con un “buenos días” en lugar de un “buenas noches”. En la actualidad, la ordenanza municipal establece el cierre de las terrazas a las 24 horas, en días laborables, y como máximo a la 1,30 h. los viernes, sábados y vísperas de festivos. Los jóvenes también tienen sus lugares de encuentro; la sociedad de consumo únicamente les oferta los bares de copas. El horario de cierre de estos locales, considerados especiales, está regulado por una normativa de la Comunidad Autónoma que les permite prestar sus servicios hasta las 3,30 horas en verano. Normalmente, cumplen con los requisitos que la ley les exige en relación a la emisión de ruidos, y no suelen molestar a los vecinos cuando los clientes permanecen dentro del establecimiento. El problema surge cuando la “muchachada” que tiene estos locales como lugar de encuentro convierte la calle en una terraza improvisada, y permanece más tiempo fuera que dentro de los mismos. Esto provoca las lógicas molestias a los vecinos, multiplicándose si además hay gritos, peleas y utilización de la vía pública como vertedero. No creo que la solución sea trasladar este tipo de establecimientos fuera del casco urbano, ya que esto supondría más inconvenientes que ventajas, entre otros dejaría el pueblo más desierto de lo que ya está durante los fines de semana, y supondría un riesgo añadido incrementar la utilización de vehículos para desplazarse. Pienso que la solución pasa por el sentido común y la puesta en práctica de unas normas mínimas de civismo. Tenemos que tener muy claro que nuestra libertad acaba donde empieza la del vecino. Volviendo a la tradición, se me ocurre que si la puerta no está rociada ni hay sillas, la calle ha dejado de ser lugar de encuentro y al vecino le estamos dando una mala noche si la utilizamos como tal.

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