domingo, 26 de diciembre de 2010

CRISIS, AÑO III

Aunque los trabajadores no acabamos nunca de salir de la crisis, empezamos a escuchar y leer noticias sobre ella en el año 2008. Por esas fechas se empezó a hablar del estallido de la burbuja inmobiliaria, que había sustentado la economía española de forma artificial mediante la especulación y la concesión de hipotecas a la carta para poder sufragar los precios desorbitados de las viviendas. Las facilidades de los bancos, principales accionistas del negocio, parecían no tener límites, llegando a conceder hipotecas con mínimas exigencias y plazos infinitos (hasta 40 años para los más jóvenes). Por una parte, el exceso de ambición de los promotores urbanísticos, que construyeron macro-urbanizaciones por doquier y cebaron hasta reventar a “la gallina de los ladrillos de oro” y, por otra, la falta de una política económica dirigida a fomentar los sectores productivos más sólidos, dieron lugar a una caída en picado cuando se cerró el grifo financiero. Los “currantes” pensábamos ingenuamente que la crisis era asunto del gran capital y que nosotros no tendríamos que “pagar el pato”, al fin y al cabo no la habíamos provocado. Más pronto que tarde, nos topamos con la cruda realidad. El Gobierno, siguiendo los dictados de la banca, empezó a aplicar sus “milagrosas” medidas de ajuste: inyectar dinero a las entidades financieras para tapar sus agujeros, hacer regalos fiscales a las grandes fortunas, rebajar los impuestos a las grandes empresas, subir el IVA, reducir el sueldo de los funcionarios, congelar las pensiones, subvencionar el despido, suprimir del cheque bebé y de los 400 € del IRPF, reducir las prestaciones sociales, recortar las inversiones públicas, etc. Como se puede apreciar, todas las medidas contra los de siempre y ni una sola que afecte a los verdaderos artífices de esta crisis. Eso sí, con decretazos cargados de talante. El presidente Zapatero, después de reunirse con las principales empresas de nuestro país, ha anunciado recientemente una segunda hornada de medidas anti-crisis, entre las que destacan por su especial significado la ampliación de la edad de jubilación hasta los 67 años, el aumento del periodo de cotización y el incremento de los años para determinar la paga. Además, se ha eliminado la ayuda de 426 € a los parados que hayan agotado sus prestaciones, y se privatiza parte de varias empresas públicas de alta rentabilidad como AENA o la Lotería Nacional. A estas alturas todos sabemos que esta crisis no afecta sólo a España, sino que es una crisis global del sistema capitalista, que está muriendo de éxito. Nos quieren convencer de que la única salida es apostar por el capitalismo salvaje, sin ningún control ni trabas gubernamentales. Nuestro Ejecutivo no puede hacer otra cosa que acatar las imposiciones de un ente abstracto denominado “los mercados”, que vela porque los ricos sean cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres y desprotegidos. Tengo el convencimiento de que los gobiernos del mundo supuestamente desarrollado son marionetas del capital. La idea que nos quieren transmitir es que nada se puede hacer, que toda protesta es inútil y que únicamente nos queda el derecho al pataleo. Desgraciadamente, esta sensación ha calado profundamente en los trabajadores y cada vez son menos los que se movilizan para reivindicar sus derechos. Están consiguiendo que impere la ley de la selva, el sálvese quien pueda y el triunfo de los especuladores y corruptos, que son el modelo a imitar. A pesar de la que está cayendo, y del paseo bajo la lluvia que me pegué el pasado sábado día 12 para manifestarme contra estas medidas, aún me quedan ánimos para desearle a todos los alhameños una feliz Navidad.

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