Con la lectura del título ya habrán podido constatar que, tal y como les prometí la semana pasada, seguiré hablando de la reforma laboral aprobada por el Gobierno del PP.
Hasta ahora, ya se han hecho más de cincuenta reformas laborales que afectan directamente al Estatuto de los Trabajadores. Todas ellas han supuesto una reducción, en menor o mayor medida, de los derechos de los trabajadores. Sin duda, esta última es la más agresiva y la que ofrece mayores ventajas al patrón.
Lo que se pretende con esta Reforma, al margen de sus aspectos concretos, es dejar al trabajador sin protección administrativa o jurídica ante las decisiones del empresario. Para ello, se sitúa en una posición ventajosa a la patronal en la negociación colectiva de las condiciones laborales; se limita el papel de los sindicatos de clase; se intenta romper la unidad de los trabajadores, creando tensión entre activos y desempleados; y se fomenta el individualismo, debilitando la fuerza colectiva y el asociacionismo. Con todo lo dicho, el empresario, unilateralmente, puede decidir sobre salarios, jornada, horarios, categoría profesional, movilidad laboral y geográfica, etc. Me parece que con estas prebendas nos aproximamos al derecho de pernada de la Edad Media.
La Reforma no está pensada para crear empleo sino para dar más poder a los empresarios a la hora de contratar o despedir, favoreciendo que puedan hacerlo a su antojo y sin ningún tipo de control jurídico, administrativo o sindical. Además, no resta derechos a los trabajadores activos en favor de los desempleados, sino que afecta a unos y otros.
Si estás parado, y cobrando de las cotizaciones que previamente has hecho, puedes ser obligado a realizar actividades de servicio público o perder la prestación. Si el empresario decide contratar a alguien, preferirá a un desempleado que esté cobrando paro porque percibirá una parte del mismo. Si tienes trabajo, como ya he dicho anteriormente, el empresario puede, de forma arbitraria, bajarte el salario, modificar tu jornada y horario, trasladarte a otro lugar, cambiar las funciones que realizas, etc. Si no estás de acuerdo, “la puerta de la calle siempre está abierta”.
Tengo muy claro que los derechos laborales se han conseguido de forma muy costosa, a base de lucha y movilización social. Nadie le ha regalado nada a la clase trabajadora. Por tanto, no podemos permitirnos retroceder de “una tacada” más de dos siglos en la conquista de derechos sociales y laborales, por mucho que el partido gobernante en la actualidad pretenda en pocos días de gobierno devolvernos a la esclavitud, o lo que es lo mismo: “la sumisión al amo”.
Los trabajadores tienen en sus manos sólo un arma: la huelga. Es un arma pacífica que ha demostrado su eficacia a lo largo de la historia. Con ella se ha conseguido conquistar derechos como la jornada de 8 horas, la eliminación del trabajo infantil, vacaciones pagadas, mejora de los convenios, readmisión de despedidos, etc. También se fortalecen la solidaridad y la conciencia de clase. Por ello el capital y sus “voceros” tienen tanto empeño en desbaratar cualquier convocatoria de huelga o movimiento organizado de trabajadores.
Creo que sobran los motivos para secundar la huelga del próximo 29 de marzo, porque no sólo está en juego nuestro presente sino también el futuro de nuestros hijos y nietos. Los trabajadores tenemos la obligación de luchar pacíficamente por nuestros derechos. En este caso, la huelga general es nuestra mejor arma.
Hasta ahora, ya se han hecho más de cincuenta reformas laborales que afectan directamente al Estatuto de los Trabajadores. Todas ellas han supuesto una reducción, en menor o mayor medida, de los derechos de los trabajadores. Sin duda, esta última es la más agresiva y la que ofrece mayores ventajas al patrón.
Lo que se pretende con esta Reforma, al margen de sus aspectos concretos, es dejar al trabajador sin protección administrativa o jurídica ante las decisiones del empresario. Para ello, se sitúa en una posición ventajosa a la patronal en la negociación colectiva de las condiciones laborales; se limita el papel de los sindicatos de clase; se intenta romper la unidad de los trabajadores, creando tensión entre activos y desempleados; y se fomenta el individualismo, debilitando la fuerza colectiva y el asociacionismo. Con todo lo dicho, el empresario, unilateralmente, puede decidir sobre salarios, jornada, horarios, categoría profesional, movilidad laboral y geográfica, etc. Me parece que con estas prebendas nos aproximamos al derecho de pernada de la Edad Media.
La Reforma no está pensada para crear empleo sino para dar más poder a los empresarios a la hora de contratar o despedir, favoreciendo que puedan hacerlo a su antojo y sin ningún tipo de control jurídico, administrativo o sindical. Además, no resta derechos a los trabajadores activos en favor de los desempleados, sino que afecta a unos y otros.
Si estás parado, y cobrando de las cotizaciones que previamente has hecho, puedes ser obligado a realizar actividades de servicio público o perder la prestación. Si el empresario decide contratar a alguien, preferirá a un desempleado que esté cobrando paro porque percibirá una parte del mismo. Si tienes trabajo, como ya he dicho anteriormente, el empresario puede, de forma arbitraria, bajarte el salario, modificar tu jornada y horario, trasladarte a otro lugar, cambiar las funciones que realizas, etc. Si no estás de acuerdo, “la puerta de la calle siempre está abierta”.
Tengo muy claro que los derechos laborales se han conseguido de forma muy costosa, a base de lucha y movilización social. Nadie le ha regalado nada a la clase trabajadora. Por tanto, no podemos permitirnos retroceder de “una tacada” más de dos siglos en la conquista de derechos sociales y laborales, por mucho que el partido gobernante en la actualidad pretenda en pocos días de gobierno devolvernos a la esclavitud, o lo que es lo mismo: “la sumisión al amo”.
Los trabajadores tienen en sus manos sólo un arma: la huelga. Es un arma pacífica que ha demostrado su eficacia a lo largo de la historia. Con ella se ha conseguido conquistar derechos como la jornada de 8 horas, la eliminación del trabajo infantil, vacaciones pagadas, mejora de los convenios, readmisión de despedidos, etc. También se fortalecen la solidaridad y la conciencia de clase. Por ello el capital y sus “voceros” tienen tanto empeño en desbaratar cualquier convocatoria de huelga o movimiento organizado de trabajadores.
Creo que sobran los motivos para secundar la huelga del próximo 29 de marzo, porque no sólo está en juego nuestro presente sino también el futuro de nuestros hijos y nietos. Los trabajadores tenemos la obligación de luchar pacíficamente por nuestros derechos. En este caso, la huelga general es nuestra mejor arma.
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