Artículo de Damián Rubio publicado en Infolínea.
Según informaciones facilitadas por la OIM (Organización Internacional para las Migraciones), en lo que va de 2015, han fallecido intentando cruzar el Mediterráneo para llegar a Europa 2.373 personas, entre inmigrantes y refugiados.
Según informaciones facilitadas por la OIM (Organización Internacional para las Migraciones), en lo que va de 2015, han fallecido intentando cruzar el Mediterráneo para llegar a Europa 2.373 personas, entre inmigrantes y refugiados.
Este verano está siendo
especialmente trágico, tal y como nos están mostrando los medios de
comunicación con noticias referidas a naufragios masivos, asfixiados en las
bodegas de barcos y fallecidos en camiones y furgonetas patera.
Son personas que huyen obligados
por la miseria o los conflictos bélicos en sus países de origen, y que ven en
Europa la posibilidad de emprender una nueva vida con más posibilidades para sí
mismos y sus familiares. Muchos de ellos, en su desesperación, se ven atrapados
por las mafias que trafican con personas, sometidos a condiciones infrahumanas
y sujetos al riesgo de ser estafados o abandonados a su suerte.
Durante muchos años los poderes
económicos europeos han fomentado el efecto llamada, por considerar a los
inmigrantes como mano de obra barata e imprescindible para el sistema. Al mismo
tiempo que servía para reducir costes en la producción y aumentar los
beneficios.
Mientras la situación económica
permitía que la mano de obra inmigrante realizase las tareas más duras y peor
remuneradas, “todo parecía estar en orden”. Con la crisis, y la pérdida de
puestos de trabajo correspondiente, los inmigrantes empezaron a ser un estorbo.
Los españoles que emigraron en las décadas de los años 50 y 60 saben de lo que
estoy hablando.
Las personas que actualmente
cruzan el Mediterráneo desde su orilla sur no vienen por el efecto llamada ni
para enriquecerse, sino para sobrevivir. En Europa, “cuna de la civilización”,
se nos llena la boca de derechos humanos, pero nos cuesta mucho ponerlos en
práctica; es más fácil llenar las fronteras de alambradas, muros y fuerzas de
seguridad.
La empatía y la solidaridad las
reservamos para los extranjeros que viene “con billetes”, sin importarnos –en
ese caso- raza, religión o ideología. Sin embargo, cuando se trata de personas
sin recursos, utilizamos el efecto “clínex”: los usamos cuando hacen falta, y
queremos que desaparezcan cuando no los necesitamos.
Queda muy bien el discurso que
propone solucionar los problemas en sus países de origen. Pero, hasta ahora, a
nuestros dirigentes únicamente se les ha ocurrido apoyar a gobernantes
genocidas y dictadores, o provocar conflictos bélicos inacabables con el
objetivo de controlar los recursos económicos de esos países. Los que no tienen
ninguna riqueza de interés “se pueden morir tranquilamente en su miseria”.
El afán de supervivencia del ser
humano es superior a fronteras, muros, alambradas y políticas insolidarias. Ha
llegado el momento de que los organismos internacionales cumplan su verdadera
función para afrontar la crisis humanitaria que estamos viviendo con los
migrantes y refugiados, y que los gobiernos de los “países ricos” emprendan
políticas solidarias con sus inmigrantes
y favorezcan el desarrollo económico y social de los países pobres.
Damián Rubio es Coordinador Local de IU-Verdes-Alhama
Damián Rubio es Coordinador Local de IU-Verdes-Alhama
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