El pasado jueves, 25 de noviembre, se conmemoró el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Con ello se pretende sensibilizar a la sociedad sobre un problema que se ha convertido en los últimos tiempos en una verdadera lacra.
Se entiende por violencia contra la mujer todo acto que tenga, o pueda tener, como consecuencia un daño físico o psicológico para la misma. También se incluyen como tal las amenazas, coacciones y privaciones de libertad. No se trata de un problema exclusivo de ninguna clase social, ni está ligada al nivel económico o intelectual de las personas. Se da en todas las sociedades del mundo, sea cual sea su sistema político, desarrollo económico, raza, cultura o religión. Desgraciadamente, según he podido observar después de documentarme para hacer este artículo, de este problema “no se libra ni Dios”.
Son muchos los factores que pueden desencadenar este tipo de violencia, pero por encima de todos está el profundo cambio que ha experimentado la sociedad en las últimas décadas, en relación con el papel que la mujer desempeña dentro de la misma. Su emancipación ha acabado con la antigua sociedad patriarcal en la que se le consideraba un objeto propiedad del hombre, pasando de las manos del padre a las del esposo. La mujer formaba parte del patrimonio de la familia y estaba destinada a tener hijos y cuidar la casa. Creo que buena parte del problema se debe a que algunos hombres aún no han sabido encajar en el papel que la nueva sociedad igualitaria les exige, ni han sabido entender que nadie puede poseer a otra persona.
Según la socióloga Raquel Osborne, “al menos una de cada tres mujeres en el mundo ha padecido a lo largo de su vida un acto de violencia de género (maltrato, violación, abuso, acoso…)”. Además, desde diversos organismos internacionales, se ha resaltado que este tipo de violencia es la primera causa de muerte o invalidez para las mujeres entre 15 y 44 años. De hecho, según las estadísticas del extinto Ministerio de Igualdad, en lo que va de año se han producido 63 víctimas mortales como consecuencia del terrorismo machista, de las cuales 46 están en la franja de edad citada. Al hilo de este asunto, me gustaría resaltar, como algo paradójico, el hecho de que este Ministerio no compute en sus estadísticas a aquellas victimas que no mantenían un vínculo de pareja o ex-pareja con su agresor. No les vale ningún otro vínculo: madre, suegra, hermana, cuñada, etc. Por supuesto, tampoco se contabilizan las profesionales del sexo, ni dentro de la violencia contra la mujer ni como accidente laboral. Por otra parte, si el asesinato se esclarece en el año siguiente al que se cometió, no entra en las estadísticas de ninguno de los dos años.
Esta misma semana he podido leer en la prensa regional que durante este año se han presentado 2.637 denuncias por malos tratos en los juzgados murcianos. Entre los datos, destacaba el aumento de denuncias por parte de chicas menores de 18 años que han sido maltratadas por sus parejas.
Me preocupa que cada vez sean más jóvenes las mujeres que sufren maltrato de sus parejas y que, de las 63 víctimas computadas a nivel nacional, sólo 15 hubieran denunciado agresiones previas, y únicamente 12 hubiesen pedido protección. Está claro que no basta con legislar para erradicar este problema. Se necesita una concienciación social absoluta que practique la “tolerancia 0” en este asunto, y una educación para la igualdad desde los primeros años de la infancia.
Se entiende por violencia contra la mujer todo acto que tenga, o pueda tener, como consecuencia un daño físico o psicológico para la misma. También se incluyen como tal las amenazas, coacciones y privaciones de libertad. No se trata de un problema exclusivo de ninguna clase social, ni está ligada al nivel económico o intelectual de las personas. Se da en todas las sociedades del mundo, sea cual sea su sistema político, desarrollo económico, raza, cultura o religión. Desgraciadamente, según he podido observar después de documentarme para hacer este artículo, de este problema “no se libra ni Dios”.
Son muchos los factores que pueden desencadenar este tipo de violencia, pero por encima de todos está el profundo cambio que ha experimentado la sociedad en las últimas décadas, en relación con el papel que la mujer desempeña dentro de la misma. Su emancipación ha acabado con la antigua sociedad patriarcal en la que se le consideraba un objeto propiedad del hombre, pasando de las manos del padre a las del esposo. La mujer formaba parte del patrimonio de la familia y estaba destinada a tener hijos y cuidar la casa. Creo que buena parte del problema se debe a que algunos hombres aún no han sabido encajar en el papel que la nueva sociedad igualitaria les exige, ni han sabido entender que nadie puede poseer a otra persona.
Según la socióloga Raquel Osborne, “al menos una de cada tres mujeres en el mundo ha padecido a lo largo de su vida un acto de violencia de género (maltrato, violación, abuso, acoso…)”. Además, desde diversos organismos internacionales, se ha resaltado que este tipo de violencia es la primera causa de muerte o invalidez para las mujeres entre 15 y 44 años. De hecho, según las estadísticas del extinto Ministerio de Igualdad, en lo que va de año se han producido 63 víctimas mortales como consecuencia del terrorismo machista, de las cuales 46 están en la franja de edad citada. Al hilo de este asunto, me gustaría resaltar, como algo paradójico, el hecho de que este Ministerio no compute en sus estadísticas a aquellas victimas que no mantenían un vínculo de pareja o ex-pareja con su agresor. No les vale ningún otro vínculo: madre, suegra, hermana, cuñada, etc. Por supuesto, tampoco se contabilizan las profesionales del sexo, ni dentro de la violencia contra la mujer ni como accidente laboral. Por otra parte, si el asesinato se esclarece en el año siguiente al que se cometió, no entra en las estadísticas de ninguno de los dos años.
Esta misma semana he podido leer en la prensa regional que durante este año se han presentado 2.637 denuncias por malos tratos en los juzgados murcianos. Entre los datos, destacaba el aumento de denuncias por parte de chicas menores de 18 años que han sido maltratadas por sus parejas.
Me preocupa que cada vez sean más jóvenes las mujeres que sufren maltrato de sus parejas y que, de las 63 víctimas computadas a nivel nacional, sólo 15 hubieran denunciado agresiones previas, y únicamente 12 hubiesen pedido protección. Está claro que no basta con legislar para erradicar este problema. Se necesita una concienciación social absoluta que practique la “tolerancia 0” en este asunto, y una educación para la igualdad desde los primeros años de la infancia.
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